En un café de Madrid conocí al maestro Antonio Oteiza Embil. Me había dicho que nos viéramos en una de las bocas del metro y por equivocación llegué 30 minutos después, como es normal, no tenía la mejor cara, pero al conocer mi razón del retraso, soltó una carcajada. Enseguida supe con quien estaba tratando, no era la persona distante que yo supuse, parecía como si lo hubiera conocido hace mucho tiempo, tuve una sensación muy agradable. Era mi primer contacto para hacer mi tesis doctoral sobre su vida y obra. Me dotó de información y me regaló el libro de la vida de Francisco de Asís ilustrado con sus relieves hechos es Santiago de Chile. Ahí empecé un trabajo de investigación que me llevó cerca de dos años en los que hice un recorrido por los lugares más representativos de su obra artística. Cuando me enfrente a la parte escrita, tuve que recurrir al mismo Oteiza, quien no tuvo ningún inconveniente en facilitarme su ayuda, que no dejo de agradecer cada día de mi vida. De ello ha quedado una tesis doctoral que se puede consultar.
Hacer arte no es tarea fácil y más ahora, cuando el tiempo nos obliga a estar atentos a todo avance científico y tecnológico. Los niveles de creación son diversos, unos trascendentales como otros que irán desapareciendo por ser de poca importancia. Hay grados de dificultad tanto técnicos como de la forma y que forman parte del lenguaje artístico del creador. La empatía que existe en un determinado público se magnifica cuando hay una respuesta positiva. Es la maestría, el oficio del artista que se impone a todo propósito. Particularmente estamos ante un personaje de magnitudes sin precedentes.
En Antonio se presenta a la vez lo sencillo y lo extraordinario. Su éxito radica en el desprendimiento total, gesto humano que siempre lo acompaña, una expresión de su visión y su presente, como si esta fuera una prolongación de su propio ser, unas veces dibujada o pintada y otras en barro o en bronce o escrita.
Un día en Salamanca tuvo María Manuela González la fortuna de preguntarle al maestro que si sabia que Santa Marta era la patrona de las cocineras y la respuesta fue gratificada con un dibujo en rotulador sobre los azulejos blancos de la cocina, lo cual produjo en ella una experiencia impactante, pero el tiempo y la grasa lo desdibujó lo hecho por Antonio, produciéndole a María una gran pena. Al poco tiempo volvió a recibir un relieve en bronce en su casa sobre el mismo tema. A esto me refiriendo, que Antonio parte de lo sencillo para dejar algo extraordinario y quizás eso es el secreto de vivir de la escultura no haciendo grandes capitales sino viviendo el momento intensamente y compartiendo con los demás.
Otra anécdota, con motivo de finalizar mi trabajo de Tesis sobre Antonio Oteiza, fue que propuse al Centro Oasis que invitaran al maestro para que realizara un relieve en dicho centro. Se vino desde Salamanca a Granada a cumplir su compromiso. Estudió el espacio arquitectónico y hablando con honestidad artística expuso <<que el espacio tenía líneas que no se adecuaban a su estilo y que no tendría armonía>>. A pesar de su determinación tajante, brindó hacer tres relieves para la Capilla. Luego nos invitaron (los del Centro Oasis) a compartir un almuerzo donde el carisma y el don de gente de Antonio nos llevo a una conversación divertida, su genialidad se pronunciaban dejándonos en una permanente atención. Era un día de invierno y tenía en esos momentos 39º de fiebre y se encontraba bajo los efectos de una pulmonía. Yo me preguntaba ¿Cómo diablos va hacer tres relieves estando así? Su fortaleza quedó plasmada en el barro, en un tiempo record, realizo en 5 minutos un relieve, así en 15 minutos dejó tres escenas con una ejecución limpia. Con ese ritmo de trabajo frenético seguirá creando escultura con apenas los dedos de sus manos, una espátula, un alambre o lo que pille.
Las aportaciones como escultor son importantes, entre ellas tenemos:
- La lucha por una nueva imaginería para la Iglesia (desde 1961 aproximado).
- El usar un género como el relieve para narrar historias y dejar un legado técnico donde involucra al espectador como un tercer actor en una dimensión de campo visual de escenografía.
- En su estilo se ven los juegos de expresividad que salen de exageraciones y ausencia de las forma, creando un mensaje complementario y participativo, además de lograr con ellas un realce de las intenciones de las ideas.
- Y como cuarta aportación seria la de vivir intensamente cada creación partiendo de la nada y dejar una huella indeleble en cada lugar que ha visitado.
El ser aventurero es algo que va en su condición, algo que es de “hombría”, palabra esta poco elocuente en estos tiempos de igualdad, pero que no me queda más remedio que usarla. ¿Quién puede hacer lo que este hombre ha logrado en tan poco tiempo? Jacques Cousteau también era un loco genial, para desafiar mares, igual que Rodríguez de la Fuente, el crear la imagen y la narración de historias vivientes, así Antonio es un osado aventurero, que nos presenta la vida real, la que nos debemos de interesar, relacionándonos armónicamente entre los hombre y la naturaleza, lo humano y lo espiritual, la búsqueda permanente de las respuestas para un mundo mejor.
Para corroborar lo dicho anteriormente voy ha dar unos ejemplos que nos permiten imaginar o mejor medir las capacidades humanas de este gran hombre: Oteiza tiene varios empeños en sus viajes como el de ir a los nacimientos de los ríos de América. El primero lo consiguió remontando el Amazonas hasta alcanzar los Andes Peruanos al igual que lo hizo con los ríos Orinoco, Madeira y Paraguay. Casi todos los recorridos se realizaron en contra corriente excepto los ríos Negro, Paraguay, Paraná (a su vuelta) y el río de la Plata. Estas metas son la prueba de su valor, pues tuvo que pasar por los rápidos del río Orinoco y Madeira, que son grandes obstáculo. Antonio estuvo sintiendo y padeciendo en carne propia los males del navegante ya que en uno de esos rápidos se golpeó y se fracturó una costilla del costado izquierdo. A todo esto, debemos añadir las inclemencias de la selva como son: los mosquitos, el calor, la lluvia, el frío, las incomodidades de no tener un sitio donde dormir, agua potable, etc.
También se encontró la agonía de los seres humanos como el caso de un niño que padecía de malaria y le produjo tal impresión, que uno de los fragmentos de su libro Abuná (páginas 59 y 60) los dedica a él, con un profundo sentido poético, describiendo la muerte entre sabanas como si se tratara de una despedida ahogada de su tierna edad; otra agonía distinta, pero de igual magnitud, es aquella de un hombre que se quedó engarzado en la astillada rama de un árbol, que en la lejanía gritaba pidiendo ayuda, en medio de una selva indómita. Después de mucho tiempo en su búsqueda, al llegar se hizo todavía mayor el dolor, al ver la impotencia de no poderlo ayudar, debido a las condiciones en que se encontraba. Son las leyes de la naturaleza, dura y lejana de la ley de los hombres.
Antonio dice que para poder denunciar las injusticias de éstas tierra se tenía que vivir en ellas para saber lo que realmente pasa. De ahí la importancia de sus obras, que están llenas de experiencias reales. “Soledades” las llama él. En las Islas de Pascua y Galápagos realizó dos documento sociológicos, que demuestran un interés por sus historias, sus pobladores, advirtiendo otros tipos de padecimientos, desde la perdida ancestral por desavenencia humanas, tanto de los propios pobladores como por los saqueos de distintas épocas, de piratas, de los países que los regentan, del propio turismo y de la dura naturaleza del Océano pacifico. Darwin encontró en las islas Galápagos un santuario para el estudio de las especies, Antonio encontró un santuario para estudiar el hombre.