Antonio Oteiza Fundazioaren logotipoa

Benito Paredes Martínez

  • Sacerdote, capuchino, misionero, escultor, hoy pintor, cordial, conversador y artista, rebosa humanidad.
    Nació en San Sebastián, allá por el año 26. En Madrid hizo su carrera de Perito mercantil, y en el año 44, en Bilbao, con 18 años entra en el Noviciado capuchino, …la gran aventura de su vida.
    Estudia Filosofía en Santander y, en León, Teología. Sacerdote ya, rumbo a Cuba, pasará 6 años en Venezuela compaginando viajes, arte y Evangelio. “Ejercía de misionero, nos dice, y en mis ratos libres modelaba”.
  • Hijo de un Dios Alfarero, su barro, el barro de su humanidad, con el soplo divino se fue moldeando en manos del Dios Artista. “Mi padre, nos dice, tenía unos profundos sentimientos. Mi madre, una gran imaginación”. No será raro que de una familia así dotada, crecieran esos dos grandes artistas que son Jorge de Oteiza y Antonio, su hermano.
    La primera escultura de Antonio sería una piedra de 3 metros y medio, erigida en Venezuela (en la cueva del Guachero): “Una misionera…, sacando una astilla de una Cruz. De esa astilla surge una llama”. Es la antorcha de la Fe que, desde entonces, él enarbolaría por el Mundo entero, compaginando el Evangelio, que es Verdad y Bondad, con la Belleza de su arte.
  • De sus manos de obrero, mal tratadas y rugosas, las mismas que cada día, mañanas y tardes, hacen posible la Reencarnación, brota la vida de otra creación: personajes que del barro surgen insuflados por el espíritu de su autor. Son manos que consiguen dar gesto y vida al bronce, a la escayola, al mármol, a la arcilla, al barro y al metal.
    Antonio penetra hondo en ese barro fresco de plasticidad, su mano y su mente moldean formas caprichosas, como si la bola de barro fuera una nube. De ella surgen figuras voladoras, cual pájaros a los que sólo faltan alas…, fruto de su rica imaginación.
    En todas sus obras deja su “ser” de artista y de cristiano. Todo lo hace con gran concentración de amor y sabiduría: detrás de cada personaje hay una carga de emociones incontenibles que lo desborda… Es el amor a lo elemental, a lo sencillo, a lo natural: los pobres, el paisaje y las gentes sin prejuicios.
  • Su ya larga vida fue y es una continua aventura, siempre repensada, en radical protesta a su entorno desnaturalizado, de “testamentarios y herederos, pendientes del mañana, que van perdiendo cada día presente…, y así toda la vida”.
    En cada decisión que toma, siempre al aire de sus distintos destinos, hay algo de huida y de búsqueda. Para él, como para el Apóstol Santiago, el horizonte es el más allá, la lejanía donde cayó el Sol apagándose, o aquella otra lejanía donde está naciendo la luz y la esperanza. Sin maleta ni cartera, ligero de equipaje, recorre el mundo “a lo divino”, cual otro Jesús andando sobre las aguas…
    Fueron 7 meses del año 84, y 12.000 Kms. por el corazón de América, siguiendo el sendero líquido de Bolívar: ríos como mares, desde el Orinoco al Amazonas y Río Negro; y por el Paraguay y el Paraná hasta la Plata… Epopeya digna de ser cantada al estilo de la Ilíada, la Odisea o el Ramayana.
  • Para él, el Mundo es una inmensa galería de arte donde Dios expone, galería que el hombre ha de ver y disfrutar aunque sólo sea “por cortesía”. Con el Evangelio en la mano, viaja, escribe, modela o pinta por los lugares de la marginación y la injusticia, para terminar sacando la más clarividente conclusión, “son los pobres los que nos evangelizan”.
    En su arte, como en su vida, hay algo de revolucionario. Pertenece a esa pléyade de los que caminan con la Esperanza…, y arremete contra ese ferial de la imaginería que está en los tenderetes de los santuarios religiosos, realismo podrido de imágenes de caramelo y escayolas pintadas, panorama degradante de verdadera incultura, falso servicio a las gentes sencillas… “Si a nadie se le puede envenenar…, menos a las gentes pobres”.
    Imaginero, nos dice, es alguien capaz de imaginar. Por ello él rompe fronteras, territoriales, artísticas, humanas. Ya en 1966, en el Ateneo Jovellanos de Gijón donde expuso, hablaba de ese académico y convencional que silencia la autenticidad espiritual y falsifica el mundo religioso, haciéndole enmudecer… Y ponía un ejemplo, el camarín de Covadonga.
  • Hoy expone estas tablas sobre Covadonga, con gran profundidad religiosa. Es otra Santina que golpea nuestra sensibilidad para un encuentro superior. Partiendo de lo mágico, Antonio Oteiza desequilibra la materia en favor del espíritu. En cada tabla hay una vivencia del misterio que él intenta transmitir y queda colgando. Las figuras, las formas, se diluyen; y se presiente o intuye lo sagrado. Son cuadros alegres y vivos, que hablan. Falta establecer, por nuestra parte, ese diálogo, sin preguntas, silencioso.
  • A los hombres se nos mide y distingue por el “tener”. Muy pocos llevan como único equipaje su “ser”. Don Antonio Oteiza es uno de ésos. Puesto a tener algo, se queda con su saber, saber estar y saber hacer.
    Permíteme, Antonio, darte las gracias porque

    • desde la suficiencia de tu pobreza, …un vacío que te enriquece,
    • desde la densidad de la nada y la plenitud de tu alegría,
    • a través de tu arte intensamente vivido, rompiendo la niebla de lo misterioso,
      llegamos a atisbar la Verdad escondida de las cosas, su palabra viva, su misterio, la huella oculta de Dios que es Verdad y es Bondad. En tus manos, Antonio, también es Belleza.