Antonio Oteiza Fundazioaren logotipoa

José María Muñoz Quirós

I

Cuando la materia busca reaparecer en la forma, sustanciarse en la existencia quebrada de su esencial manera de surgir. Cuando las líneas de la irrealidad se quiebran en un universo que, desde el caos, origina la nada. Cuando el artista halla los orígenes de su búsqueda, los perfiles de su camino, el final de un trayecto recorrido en soledad interior, en vacío secreto de si mismo, sólo entonces ha culminado la confusión ordenándose en torno a su espacio, cincelándose con la memoria de las cosas reconvertidas en forma toda.
En ese proceso creador, el artista habita las galerías solitarias de su memoria, el conocimiento de lo desconocido, tocando con sus manos absortas el muro que separa su visión abierta y penetrante de la indefensa cotidianidad efímera.

II

El arte es compromiso. En el primer estadio se encuentra el hombre, la humanización de todo lo creado. Sin esa imprecisión nada puede ser preciso y exacto en sus riesgos, vital en sus gestos humildes. El arte es la mirada concreta del ser frente al no ser, y desde esa constante observación, el arte es el principio generador del empeño invisible del aliento reconfortante de la mano que crea. Lo verdaderamente fundador es la mirada: en ella se aposentan los signos, las raíces del árbol generoso de la belleza, la vaciedad de lo incrédulo. En ella se origina la sustanciación de lo que en el abismo de la muerte se diluye como un agua fecunda. En ese instante, en ese segundo de claridad, el artista se compromete con su tiempo, con sus creencias, consigo mismo, iniciando una sena de generosa beatitud, de frondoso regalo, de comunión total con la bondad y la posesión de los dones de lo más bello.
El artista ha descendido a los cielos del corazón, a la solidaridad con los marginados, al abrazo infinito de los gestos verdaderos, al hombre en equilibrada serenidad. Una tormenta de inquietud se ha desbordado por sus ojos.

III

¿Cómo voy a olvidar tus manos? se mecían con la premura del poseído por la fuerza del mar. Se hundían en el barro desbrozando el sutil movimiento de las cosas, el alma vertebrada donde asciende la forma hasta el principio de un tiempo embravecido. ¿ Cómo no recordar ese temblor de tus venas en el sortilegio de la tierra? Dominador frente al vacío, al hueco desterrado, al secreto invisible de lo que allí vuelve a la vida para habitar el sonámbulo viento de la noche. Todo estaba resuelto ya. La luz del corazón abre sus alas en el lenguaje del arte, entre las dunas donde se esconde el desierto gigante del vencedor del agua.

IV

Francisco de Asís camina por las ciudades y los campos, por las conciencias y el misterio. Al final de su vida roza el alto paraíso de la verdad. En la naturaleza mora, dormido en la sombra de la niebla, y se dirige al atardecer con los ojos llenos de fuego. El lobo desdeña su presa saciado de bondad. Las avecillas trinan, levantando su vuelo, en las ramas de un tilo. Todos los animales buscan el reino de la espiga. Francisco de Asís sólo confía en la generosa luz de la inocencia y espera recibir de la providencia la llegada de lo que precisa para seguir volando. La pobreza desdeña el oro de los vencedores, como tú, como quien ha presentido el valor de vivir entregado a su obra.

V

El pájaro solitario busca su nido entre la noche. Conoce la quietud, el frío de sus alas atraviesan espacios en la luz, en la nada de infinita nada. Un rayo de claridad baña su rama, y en su pico vuelve al aire el cántico desnudo del silencio. El pájaro es destino: en él alimentamos nuestros hondos fracasos. Nos conduce a los brazos de quien no nos espera. Huye si le atrapamos en la cárcel del fuego, y arde, bruscamente, en los labios de quienes le confunden con la nieve. El pájaro es la huella de los hijos lejanos, escapa de la niebla y da su luz al agua para tener conciencia del color que no existe, lo que nadie conoce sin un escalofrío. El pájaro es lenguaje suficiente cuando atraviesa el muro de la distancia de las sombras.

VI

Estar solo. Estar en cada esquina de una calle sin nadie. Estar frente a las cosas con la voz tan callada. Estar solo. No tener compañía que distraiga la noche en su oscuro camino. Vivir solo. Sentir solo. Volar solo. Y luego, entre las ramas, ver nacer cada aurora. Y luego entre las ramas depositar la vida. Estar solo. Presintiendo el abismo de las cosas pequeñas. Presintiendo el ramaje de los árboles altos. Presintiendo la belleza de la luz que se oculta. Pero estar solo. Sentir solo. Dudar solo. Inclinado en la inmensa soledad de los bosques. Huido del enigma de las flores desnudas. Quieto y oculto como el sueño. Quieto y oculto en la maleza. Estar solo. Sentir solo. Mirar solo. Y volar en las cimas altísimas del vuelo.

VII

Y todo habrá surgido de la tierra, desde el barro, en ese paisaje que tú, Antonio, bien sabes construir en libertad, transparente y exacto. Intuyes el universo cristalino del corazón, sin él nada existe y apenas puedes caminar por el sendero de la creación que interpreta la vida. Conoces el mundo intuido, el recinto sagrado de la memoria, la voluntad altísima del mundo natural en su esencia, y el misterio frente a la desnudez del vacío más hondo. La belleza será reflejo de tu vivir y de tu sentir, atrapada en cada uno de los gestos que dibujan el rostro de los hombres.